A nadie le resulta agradable reconocer que fue víctima de abusos sexuales en su infancia. Esta dificultad todavía es superior cuando la revelación tiene que hacerla un hombre. Prueba de ello es la escasez de hombres que deciden dar este paso. Esa es una de las razones por las que se piensa que a los niños no les ocurren esas cosas. Es cierto que a la hora de revelarlo las mujeres nos superan por un amplio margen, afortunadamente para ellas, aunque no por eso deberíamos llevarnos a engaño. La realidad no es buena para unos ni para otros. De cada cien hombres, sólo uno lo dice, y de cada cien mujeres, lo dicen diez. No es ninguna estadística, sino un ejemplo meramente aproximado de la diferencia existente entre hombres y mujeres, pero sobre todo, y más allá de las diferencias entre sexos, lo que en verdad me importa resaltar es el enorme número de personas, tanto hombres como mujeres, que sobreviven bajo la pesada losa del silencio y la culpabilidad, y lo que es peor, sin saber muchas veces por qué su vida está tan vacía y tan carente de sentido.
La información es básica para romper tan nefastas estadísticas. También lo es para desmentir las falsas y en ocasiones absurdas ideas que concebimos para encubrir y disfrazar las realidades a las que nos negamos hacer frente desde los lejanos días de nuestra niñez. Esa dificultad se magnifica cuando es un hombre quien debe considerar si poner o no al descubierto el secreto inconfesable.
Del hombre se espera que sepa hacer frente a cualquier conflicto, que sepa controlar sus sentimientos, que no muestre signos de debilidad; se espera, en definitiva, que asuma el rol que le corresponde. Y aunque eso, hoy en día, se cuestione e incluso se rechace, la realidad no ha cambiado tanto como nos gustaría creer. Todavía predominan una serie de mitos que no favorecen en absoluto la revelación de los abusos.
Aunque se trate de un niño, no es tan insólito que alguien pregunte: -¿Por qué te dejaste?-. A estas circunstancias adversas habría que sumarle absurdas creencias del tipo: “El agresor tiene tendencias homosexuales”, o bien “La víctima puede acabar siendo homosexual”. Ninguna de las dos tiene que ver con la realidad. Es más, la mayoría de abusadores son individuos heterosexuales y que aparentemente no llaman la atención.
Por desgracia estas falsas creencias causan su efecto. A los problemas intrínsecos del propio abuso hay que añadirle las dudas sobre la identidad sexual. Y aunque nosotros, por nuestra cuenta, terminemos teniendo claro cuál es nuestra orientación sexual, sospechamos que, al revelarlo a los cuatro vientos, ésta puede ser puesta en tela de juicio.
El hombre, en definitiva, se enfrenta a una supuesta debilidad de carácter por permitir que sucedieran los abusos y a la aparición de dudas respecto a su orientación sexual.
Fuente: extracto del libro “Cuando estuvimos muertos”
Estremecedor, como todo lo que nos cuentas...
Gracias por tenernos al corriente de estos asuntos que, en determinados, pretender taparse echándoles tierra.
Hola, muchas gracias por visitar mi blog, la verdad es que el tuyo es estremecedor, pero también hipernecesario, lamentablemente en nuestras sociedades queda mucho para conseguir que el respeto de los derechos humanos sea real.
Respecto al fragmento es muy bueno, comentas todos los estereotipos que los hombres también padecen en esta sociedad patriarcal, es de una gravedad supina.
Un saludo y gracias por vuestro trabajo.
LRM