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No tengas miedo

Publicado por Joan Montane sábado, 26 de septiembre de 2009 3 comentarios



Armendariz regresará con un filme sobre abusos sexuales en la infancia

El director navarro Montxo Armendariz tratará en su próxima película el tema de los abusos sexuales en la infancia, «una realidad que, desgraciadamente, nuestra sociedad se empeña en ignorar», afirmó. El rodaje de este filme, del que también es guionista, se realizará en el primer trimestre 2010 y se llamará No tengas miedo.
Armendariz no se ponía detrás de las cámaras desde que dirigió Obaba, en el año 2005

Su amistad con psicoterapeutas y psiquiatras que trabajan con personas que han sido víctima de abusos en su infancia fue lo que provocó su interés por este tema. «Sus experiencias y los relatos de algunas víctimas a las que he conocido» son el alma de un guión que ha escrito con la ayuda de la argumentista María Laura Gargarella. En el, se narra la lucha de una mujer por recuperar su dignidad, por encontrarse a sí misma y, en definitiva, por superar las secuelas de los abusos sexuales que sufrió en su infancia.

«Mi intención con esta nueva película es la de mostrar el coraje de unas personas que se enfrentan diariamenre a la necesidad de rehacer sus vidas y de recuperar la libertad sexual que otros les arrebataron impunemente cuando ni siquiera tenían edad para comprenderla», explicó el director, que cree que es importante dar a conocer estos hechos «para hablar de ello sin prejuicios y sin miedos».

Trayectoria de éxitos

Este será el noveno largometraje de Montxo Armendariz, que ha cosechado numerosos éxitos a lo largo de toda su trayectoria. Dos de sus películas, Historias del Kronen y Las cartas de Alou, han sido galardonadas con un premio Goya y otras dos fueron candidatas, Obaba y Secretos del Corazón. Esta última, además, ganó un Angel Azul en la Berlinale y fue candidata a los Oscar como mejor película extranjera.

Eusko Ikaskuntza le concedió el pasado año el galardon Manuel Lekuona, en
reconocimiento a su trayectoria. En el año 1998 recibió asimismo el Premio Nacional de Cinematografía que otorga el Ministerio de Cultura.

Para sus... y quien se apunte

Publicado por Joan Montane domingo, 20 de septiembre de 2009 9 comentarios

He puesto este título, dirigido a sus, pero que hago extensivo a tod@s. He puesto sus porque es quien más insiste en que deberíamos hacer algo, como recoger firmas. Pues bien, en estos momentos tenemos la oportunidad de hacer algo realmente importante. Quien quiera participar deberá dar la cara y hablar de su experiencia de abusos. Insisto en que es un proyecto de mucha envergadura. Quien esté interesado que me escriba a mi correo personal forogam2002@yahoo.es y hablamos de los detalles.

Joan.

Carencias en torno al abuso sexual infantil

Publicado por Joan Montane lunes, 14 de septiembre de 2009 4 comentarios

Mi discurso sobre ASI suele poner de relieve los aspectos más negativos, por lo que más de uno se preguntará con toda la razón ¿pues que hace falta para modificar todo lo que no funciona? La respuesta no es sencilla. A estas alturas tengo bastante claro que no hay casi nada que funcione como es debido.

La opinión generalizada suele centrar el foco de atención en los casos que aparecen en los medios, por ejemplo algunas sentencias que en ocasiones resultan incomprensibles. Los que conocen algo mejor el tema también pueden aducir el mal funcionamiento de los organismos encargados de evaluar los casos que llegan a dichas instancias, y aún otros incidir en aspectos más concretos, pero en mi opinión el problema no hay que buscarlo en aspectos particulares; está enquistado en la globalidad de nuestro tejido social. Es un mal extendido desde el primero hasta el último eslabón de la cadena.

Dando esto por sentado, lo que procede es distinguir los distintos niveles para abordarlo con un cierto orden.

En el primer nivel está la persona que ha sufrido los abusos. Muy a menudo he hablado de las distintas secuelas que nos afectan, y la que ahora más nos interesa es el silencio. Sólo un reducido porcentaje habla de lo que sucedió en su niñez, e igualmente reducido es el porcentaje de niños que lo cuentan en el momento en que ocurre. En ambos casos es frecuente que su voz sea silenciada a las primeras de cambio, con lo cual ya nos encontramos con que la mayoría de los abusos no logran tan siquiera superar este primer nivel. No es necesario ser muy perspicaz para comprender que si todas las personas que han sufrido abusos alzaran la voz, la percepción que se tiene en la actualidad se modificaría sustancialmente, lo que a su vez podría promover cambios significativos. No es fácil que eso ocurra, pero sin duda es lo que haría falta.

En el siguiente nivel encontramos a la familia, o sea el entorno directo de la persona que ha sufrido los abusos y, en la mayoría de casos, también el entorno donde se han producido. Esta circunstancia propicia, como ya he comentado, que las prioridades se decanten claramente a silenciar los hechos antes que preocuparse por las repercusiones que el abuso haya podido tener en el niño o en el adulto que lo revela. Y es que las consecuencias de admitirlo son demasiado graves para el ente familiar. La reacción en cadena que podría desatarse se percibe más grave que cualquier cosa que pueda haberle sucedido al menor. Eso a quienes les ocurre, claro. Porque a quienes nos les ha pasado, curiosamente, no tienen la menor duda sobre su actuación a favor del menor. Cruel paradoja que demasiadas veces se cumple, y más cuanto más cercano es el parentesco del adulto con el menor. Es obvio, entonces, lo que hace falta cambiar. La familia siempre debería estar al lado del niño que ha padecido los abusos.

Subiendo de nivel llegamos a la sociedad, que deberíamos analizar en sus distintas variantes. Por un lado podríamos referirnos a la opinión pública en general; la opinión de los ciudadanos. Y si bien esta suele expresarse en términos de condena radical y sin fisuras, lo cierto es que su peso es más bien escaso. Eso es así porque no existe la conciencia de que se trate de un problema de la magnitud que realmente tiene. Todos hemos presenciado colectivos de toda índole haciendo huelga, manifestándose y protestando por un sinfín de causas más o menos justificadas, pero jamás he visto una manifestación contra el abuso sexual infantil. Tal vez sí centrada en algún caso concreto con nombres y apellidos, pero no en representación del problema de fondo.

En el apartado social también deberían tener mucho que decir algunas instituciones cuya obligación es velar por el bien del menor, como por ejemplo el sistema educativo y el sanitario. Así pues, ante cualquier sospecha, la pertinente puesta en marcha del mecanismo que lo elevara a las instancias encargadas de evaluar un posible abuso. Pero tal cosa no siempre ocurre, y cuando lo hace, el abuso raramente va más allá de ser posible, motivo por el que, entre otros, a veces se opta por no meterse en problemas, porque es probable que los haya, todo hay que decirlo.

Otra institución que ejerce una importante influencia y que ha hecho un flaco favor a la causa es la iglesia. Con independencia de las creencias de cada cual, creo que se puede llegar al consenso de que, sobre el papel, la iglesia debería haberse constituido como uno de los más firmes abanderados en la defensa del menor. Pero no. Una vez más los intereses más ruines se interponen. Lejos de esta postura, el silencio y el encubrimiento se han encumbrado hasta que el peso de múltiples denuncias ha conseguido, tan sólo, un escueto reconocimiento de esta realidad. Y ahí nos hemos quedado.

Socialmente falta mucha más información; información veraz y contrastada que permita a la gente adquirir la conciencia social adecuada para que esta realidad sea reconocida en su verdadera dimensión. Las instituciones y organismos que tienen contacto con el menor no deberían dudar ante la sospecha de un abuso y la iglesia debería pedir perdón, pero no con palabras, sino con hechos.

A un nivel más directo nos encontramos con las unidades encargadas de atender, evaluar y dictaminar los casos de abuso que llegan a sus manos, que no hay que olvidar que se trata de un pequeñísimo porcentaje de la totalidad. Su actuación es tan nefasta que los propios abogados consideran una victoria el hecho de que un caso salga de la administración. O sea que te quedas como estabas. En realidad peor, porque se te cierran todas las puertas al desestimarse el caso y porque entonces, aunque no se diga abiertamente, se pone en duda tu credibilidad. ¿Cuántos padres, tíos, hermanos o abuelos han sido condenados por abuso sexual? Y sin embargo los hay a miles. De nuevo el abuso sexual, como mucho, se queda en posible. Parece que éste es el máximo status al que podemos aspirar en una denuncia. Visto lo visto, tampoco hace falta decir gran cosa sobre lo mucho que debe cambiar este nivel.

En último lugar está el sistema jurídico que, una vez analizados los niveles precedentes, no nos deja mucho espacio para el optimismo. Llegados a este punto vemos que la manipulación que termina contaminando estos casos, la desinformación general que reina en todo el proceso, y los prejuicios de cada juez, nos conduce a un callejón sin salida y, como en los casos anteriores, a la evidencia de que también aquí se requieren profundos cambios. Considero que la persona que tiene la última palabra sobre un asunto de tanta trascendencia debería tener, no ya la ecuanimidad que se le presupone, sino una preparación específica sobre un asunto que nadie afirma que sea sencillo. Precisamente por eso.

Como vemos en este sucinto repaso de la actualidad ASI, son muchos los aspectos que se deben modificar; muchos y de gran calado. Así que por el momento, y siendo realistas, no podemos esperar que se produzcan grandes cambios en breve. Hay que asumir el papel de pioneros, no desfallecer ante las batallas perdidas y seguir picando piedra.

Engaño y predisposición a ser engañado

Publicado por Joan Montane jueves, 10 de septiembre de 2009 2 comentarios

Es difícil mostrarse optimista cuando se habla de abuso sexual infantil. La realidad es demasiado aplastante. La escasa información que poseemos suele estar distorsionada por prejuicios e ideas erróneas. Necesitamos muchas más trasparencia al hablar de un asunto tan delicado y con una prevalencia tan elevada; es decir, el número de casos existentes, cifra que nada tiene que ver con la que, por una u otra vía, sale a la luz.

Esta realidad es muy compleja y con muchas aristas, pero conviene ceñirnos fielmente a ella si en verdad queremos comprender porque las cosas son como son.

El enunciado menciona el engaño porque ya desde el principio la verdad se esconde desde todos los ámbitos, empezando por la propia persona afectada. Ya he descrito en diferentes ocasiones los motivos que subyacen en el silencio de la víctima, todos ellos perfectamente comprensibles. Pero no por justificables dejan de tener consecuencias indeseables.

Imaginemos que por la razón que fuera casi nadie denunciara el robo de un coche o en el interior de un piso. La opinión pública, a falta de esta información, pensaría que se trata de un delito anecdótico y que apenas tiene incidencia en la vida real. Y sería muy lógico que así lo hiciera. Pues algo parecido ocurre con los abusos sexuales infantiles.

¿Y con los casos que salen a la luz? Pues lo dicho, son escasos y entre ellos sólo una minoría son estimados como verdaderos. La mayoría se quedan en el camino por falta de pruebas. Según parece, ningún otro delito requiere tantas pruebas y tan contundentes. Por poco que escarbes en el sistema, la impresión que te llevas es que existe una mayor predisposición a apagar cualquier luz que no a iluminarlo para descubrir la verdad con todas sus consecuencias. Y es que el peso de las consecuencias sigue siendo demasiado grande.

El perfil del adulto que abusa de un menor, por más literatura que exista, no es nada fácil de determinar. Podemos hablar de ciertos rasgos más o menos comunes, pero siempre desde la convicción de que no existe un modelo universal que nos permita reconocerlo. Partiendo de esta premisa podríamos decir que el abusador suele ser un personaje con una importante capacidad para el engaño, lo cual no debe sorprendernos si nos atenemos a sus inclinaciones inaceptables para la gran mayoría. También es interesante apuntar que un porcentaje muy elevado de abusadores son varones, un dato que, considerando la sociedad en la que vivimos, no es un asunto menor.

Con estos datos podemos decir que el engaño es el sello del agresor y la predisposición a ser engañado la actitud más frecuente en todos aquellos que se ven involucrados en un caso de ASI.

Sin embargo a prácticamente nadie que se le plantee esta disyuntiva reconocerá la posibilidad de que semejante predisposición se dé en su caso. El que no lo haya vivido en su entorno mostrará un criterio sin fisuras y una absoluta visceralidad respecto a como lo abordaría en la hipótesis de verse involucrado. Por el contrario, a quien le ocurre, de poco le sirven los anteriores argumentos, y toda esa lógica indignación desaparece sepultada bajo el peso de las circunstancias. La predisposición a ser engañado se convierte en la perfecta coartada para eludir esas consecuencias tan incómodas e indeseables para el núcleo familiar. Todo esto es mucho más evidente cuando nos referimos a los abusos intrafamiliares.

El menor deja de ser el objetivo prioritario a preservar, por más que se escriba y se proclame. Poner en duda la certeza de los hechos es mucho más sencillo para todos, excepto para el niño y para el que denuncia.

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