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Danielle, la niña salvaje

Publicado por Joan Montane domingo, 2 de noviembre de 2008

Danielle es el nombre de una niña y el de una historia increíble que conjuga lo peor y lo mejor del ser humano. Abandonada a su suerte por su madre, vivió durante siete años en una casa sucia donde las cucarachas estaban hasta en la heladera, convirtiéndose en lo que se llama una niña salvaje. Sin saber hablar, tomar objetos ni tener respuesta al afecto, su historia comenzó cuando alguien de la ciudad de Plant City vio un rostro en su ventana. Luego vendría una odisea para sacarla de su autismo ambiental, las dudas sobre si podría ser “humana” alguna vez y el amor de sus padres adoptivos para alguien que en 7 años nunca recibió un abrazo.

La historia: La familia había vivido en un ambiente de alquiler por tres años, cuando por primera vez alguien vio un rostro asomarse por la ventana. Una niña pálida, con los ojos oscuros. Todos sabían que en esa casa vivía una mujer con su novio y dos hijos adultos, pero nunca nadie había visto un niño allí. La niña parecía joven, 5 o 6 años tal vez, delgada, demasiado delgada. Sus mejillas parecían hundidas y su mirada perdida.

Pasaron meses sin que ese rostro apareciera, hasta que el mediodía del 13 de julio de 2005 un coche de la policía de Plant City estacionó frente a la casa. Dos policías entraron por una investigación de abuso de menores. Alguien, finalmente, había llamado a la policía.

Afuera encontraron un auto estacionado y una mujer tirada en el asiento de atrás, llorando. Más tarde, el oficial Holste diría: “Fue increíble, lo peor que vi en mi vida”.

Los efectivos caminaron a través de una sala de estar hacinada, un caos, que Holste, intentó resumir: He estado en habitaciones con cuerpos pudriéndose por semanas, pero nunca fue algo tan malo. No tengo manera de describirlo, la orina y las heces de perros, gatos y humanos por las paredes, en la alfombra, pudriéndose”. En paredes y techos iban y venían legiones de cucarachas.

Holste miró a su alrededor y vio a una mujer, a la que le exigió saber si ella vivía ahí. “Que sí, que vivía con sus dos hijos y… una hija”. El policía recorrió la casa, abrió un armario y vio que algo se agitaba a sus pies.

Antes de ver a la niña, vio sus ojos, oscuros y redondos, fijos. Estaba sentada en un viejo colchón en el suelo. Era una niña. Pelo largo y sucio, que cubría su rostro con un brazo flaco; tenía picaduras de insectos, erupciones cutáneas y llagas en su piel. Aunque parecía tener la edad suficiente para estar en la escuela, ella estaba desnuda, a excepción de un pañal.

-¿Cuál es tu nombre cariño? Nada. La niña parecía no escuchar. El oficial buscó un juguete, pero los únicas que había estaban cubiertos de cucarachas y gusanos. Lleno de bronca, miró a la madre.

–¡Cómo pudo permitir que esto suceda!
–Estoy haciendo lo mejor que puedo –dijo ella. Lo mejor que puede una mierda, respondió Holste.

En algún momento, su madre había dicho que tenía siete años, y se llamaba Danielle.

Pesaba 20 kilos, estaba desnutrida y anémica. En el hospital intentaron alimentarla, pero no podía ni sabía tragar alimentos. Nunca había ido a una escuela, nunca había visto un médico, no sabía sostener una muñeca.

“Nunca podrá tener una vida activa”, escribió un médico en ese momento. No era para menos, ella no hacía contacto visual, no reaccionaba ni al calor ni al frío, y tampoco al dolor. De vez en cuando, gruñía.

Las revisiones de la doctora Kathleen Armstrong, el primer psicólogo que la examinó, determinaron que no era sorda, no era autista, ni tenía dolencias físicas tales como parálisis cerebral o distrofia muscular. Sólo se le diagnóstico el llamado “autismo de medio ambiente”, un ser que nació normal pero que al carecer de interacción por tanto tiempo, se había retirado en sí misma.

Los chequeos médicos y el cuadro encontrado en la casa, llevaron a los médicos a determinar que ella nunca había visto el sol, nunca había recibido un abrazo.

“Lo más increíble en ella era su falta de compromiso hacia con la gente. No respondía a los abrazos, incluso un autista responde a ellos; Danielle fue el caso más escandaloso de abandono que haya visto nunca”.”, señaló Armstrong.




El término “niño salvaje” no es un diagnóstico médico, proviene de historias de ficción, y algunas reales, de niños criados por animales y por lo tanto sin crianza. Se dice que durante el Sacro Imperio Romano, Federico II dio un bebé a un grupo de monjas. Él les ordenó cuidarlo, pero nunca a hablar con el. A su juicio, en los bebés se ponen de manifiesto, finalmente, la verdadera lengua de Dios. En lugar de eso, murió a causa de la falta de interacción.

El caso de Danielle transcurrió fuera de la atención pública, exento de medios. Quienes la ayudaban se planteaban inquietantes preguntas. ¿Cómo pudo haber sucedido esto? ¿Qué clase de madre se sentaba año tras año, mientras que su hija languidecía en su propia suciedad y hambre? Pero las preguntas más apremiantes fueron sobre su futuro.
“Mi esperanza era que sería capaz de dormir toda la noche, estar sin pañales y alimentarse a sí misma”, dijo Armstrong. Si las cosas iban muy bien, dijo, Danielle terminará “en un agradable hogar de ancianos”.

Mientras el juez le prohibió a la madre acercarse o llamarla mientras la investigaba por abuso de menores, fue colocada en un hogar de guarda. En octubre de 2005, finalmente ella comenzó la escuela.
Su primer maestro, Kevin O’Keefe, contó que había que darle los alimentos en la boca como a un bebé y que frecuentemente tenía episodios de agitación. “Ella no quería ser tocada. Llevó un año consolarla”.

Un año después se estaba a la búsqueda de un hogar sustituto, pero quién querría a una nena de 8 años aún con pañales, que no hablaba y no dejaba que se la tocara…

Bernie Lierow, de 48 años, remodelaba casas. Diane, de 45, limpiaba casas. Tuvieron cuatro hijos de anteriores matrimonios y uno juntos. Diane no podía tener más hijos, y Bernie siempre había querido una hija. Por lo tanto, decidieron adoptar.
En el hogar de guarda, en medio de otros niños abandonados, Diane la vio por primera vez, y llamó a Bernie para que la viera. “Ella sólo parecía necesitarnos”, dijo Bernie, pese a que, añadió, “ella era todo lo que yo no quería, pero no puedo olvidar el dolor en sus ojos”.

Llevarla a la escuela no era fácil, pese a que Diane la tomaba de la mano con suavidad, ella parecía no darse cuenta. Sólo cuando Bernie se agachaba a su altura, ella parecía concentrase en él.

Luego de dejarla en la escuela, esa noche, Bernie tuvo un sueño. Dos manos gigantes se aparecían, entrelazadas, y por ellas llegaba, deslizándose, Danielle.

El proceso de educación fue un desastre. Danielle no dormía, no se cepillaba, como no sabía abrir los envoltorios de chocolates, los comía con el papel. Con el tiempo, y con la ayuda de medicamentos para suavizar su temperamento, ella se fue socializando.

Pese a todo esto, Danielle aún no era su hija. Su madre verdadera, pese a enfrentarse a 20 años de cárcel, no quería cederles sus derechos paternos. Finalmente, los fiscales llegaron a un acuerdo: ella renunció a esos derechos a cambio de una condena de sólo dos años de prisión domiciliaria. Sólo así Danielle se convirtió en la hija de Bernie y Diane; ellos simplemente la llaman Dani.

Hoy es un día nublado de la primavera estadounidense. Luego de un año de vvir con su familia, ella no se parece en nada a la de antes. Ha crecido de estatura y su peso se duplicó. Aunque aún tiene arranques de furia incomprensibles, sus padres ven un lento progreso en ella. Ahora ella parece molesta cuando sabe que los ha decepcionado. “Es la mejor prueba de que le importamos”, dicen con una sonrisa.

Ahora toma clases con caballos para mejorar su comportamiento. A su madre no le importa que hoy haya ido cuatro veces en la mañana al baño o que robe los alimentos de otras bandejas en Mc Donald’s. Tomó meses, pero aprendió a abrazar a un oso de peluche, y mientras lo hace, esa niña cuyos ojos miran fijos la cámara de fotos, no se siente sola. Y aunque no habla (toma clases frente a un espejo y la profesora le hace resoplar con sus labios para que sienta que tiene aire y que eso puede ser el comienzo), son sus ojos los que cuentan su historia.

5 comentarios

  1. Hacía falta este blog.
    Hacía mucha falta.

     
  2. Joan Montane Says:
  3. Gracias por tu comentario Eulogio. Espero estar a la altura.

    Un abrazo.

     
  4. Unknown Says:
  5. Joan qué historia más terrible y a la vez con un gran final...porque seguro que la niña podrá adaptarse a éste mundo...la madre quería seguir siendo madre cuando nunca se ocupó de ella???...como mamá no lo entiendo, la vida no es de color de rosa para nadie, pero cuando tienes hijos ellos no deben tragar la mugre que los padres tienen acumulada. He visto una película hace unos años, no recuerdo el nombre cuando lo haga te lo diré, del caso de gemelas que vivían apartadas de todo lo que se llame sociedad, una de ellas muere, luego la madre, la que queda viva es encontrada como bien dices 'salvaje'...la historia tuvo un gran final porque poco a poco se fue adaptando con la ayuda de psicólogos...besos tesoro!!!

     
  6. Anónimo Says:
  7. Gracias Joan por abrirnos los ojos. Uno piensa que lo ha visto todo cuando, de pronto, aparece algo a´´un peor de lo que habr´´ias podido imaginar. Pobre niña... espero de todo coraz´´on que llegue a recuperarse, pero las "heridas del alma" son muy dif´´iciles de curar. A´un as´´i no hay que perder la esperanza.
    Un abrazo

     
  8. Nuri148 Says:
  9. A la madre biológica habría que colgarla del c*** con un gancho de carnicero. ¿Y encima la señorita no quería ceder sus derechos? los perdio hace mucho...

     

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