Nuestro comportamiento, siempre atento a no exteriorizar sentimientos y necesidades que pudieran poner de relieve cualquier detalle de lo acontecido en el pasado, se fue desvirtuando hasta convertir la realidad interior en un escenario donde sólo tenía cabida una supervivencia emocional basada en no sentir. O sentir lo menos posible. El peligro de estos comportamientos está en la gran dificultad que entraña desprenderse de ellos cuando se intuye que su función ya no es útil. Nadie es tan preclaro como para darse cuenta de estar desarrollando una conducta autodestructiva anclada en una supervivencia que se originó en el pasado. Por si esto no fuera suficiente, la negación y el engaño se encargan de desbaratar cualquier posibilidad de cambio.
Cuando en la edad adulta se superan algunas barreras del pasado que nos impedían una visión más precisa de nuestra realidad, lo que suele ocurrir cuando tocamos fondo o ante una situación límite, puede darse el feliz acontecimiento de hallarnos ante un resquicio por donde penetrar y empezar a poner en orden nuestra vida. Sólo entonces vemos el largo y arduo camino que nos queda por recorrer. El enfrentamiento es inevitable. Se puede seguir encerrado a perpetuidad en una aséptica urna de supervivencia, pero más pronto que tarde la interrelación con el mundo provocará situaciones donde la confrontación exigirá argumentos. Entonces surge la impotencia para dar forma y sentido a lo que, en el fondo, sabemos que no lo tiene. Y eso es todo lo que sabemos.
Quienes entran en contacto con nosotros no tardan en intuir ciertas rarezas. Si el contacto es superficial, tal vez no se le dé importancia y logremos pasar desapercibidos (una de nuestras especialidades), pero si se trata, por ejemplo, de una relación de pareja, pronto se producirán colisiones emocionales que exigirán una actitud acorde con lo que se espera de la pareja. Es ahí donde nuestra ineficacia, casi siempre en forma de autodefensa, se pone de manifiesto. ¿Cómo explicarle a nuestra pareja que no entendemos lo que nos ocurre? ¿Cómo explicarle nada si ni siquiera sabemos qué es lo que no llegamos a entender?
Sacrificamos muchos aspectos del aprendizaje porque ya no nos fiábamos de nuestros sentimientos. No debíamos sentir. Dejamos de aprender, convirtiéndonos en muchos casos en seres miméticos. Nuestras acciones ya no nos proporcionaban los estímulos emocionales que nos permitieran catalogar las sensaciones que percibíamos en nuestro entorno. Lo bueno o malo, lo necesario o superfluo, lo útil o inútil. Todo ello empezó a ser asimilado por deducción o por comparación, pero ya no por sensación. Poco a poco fuimos desvinculándonos de los sentimientos reales. Nos protegimos hasta donde pudimos de todo lo malo que nos rodeaba, pero también lo bueno se vio afectado. Y lo necesario. Y lo útil. Hacíamos esto o aquello porque debía hacerse, porque lo hacían los demás, para no tener que pensar en lo correcto. Evitábamos pensar qué ocurría a nuestro alrededor; lo que ocurría con nosotros. Y los sentimientos, de esta forma, no se veían implicados. Entramos en una espiral de insensibilización, respecto a nosotros mismos, de la que ya no es fácil escapar por completo.
¿Cómo puede definirse lo bueno o correcto? La respuesta sólo puede ser una; mediante los mensajes que transmiten los sentimientos. Pero ¿qué ocurre cuando aprendes que no debes fiarte de esos sentimientos? ¿Qué ocurre cuando la única herramienta que se presume válida resulta no serlo?
Fuente: extracto del libro “Cuando estuvimos muertos”
Me averguenza pertenecer a una especie que dándoselas de reyes de la creación y teniendo en su mano el poder elegir entre hacer daño o no hacerlo, elige hacerlo conscientemente.
Me enorgullece pertenecer a una especie que utiliza su inteligencia y voluntad en intentar mejorar su entorno y denunciar las injusticias y los abusos que sufren aquellos que no pueden ni denunciarlo ni defenderse por sí mismos.
Estoy segura de que la convocatoria de denuncia del próximo día 20 servirá al menos para que nos enfrentemos a un hecho vergonzoso y habitual y al que, muchas veces, volvemos la cabeza fingiendo que no existe. Es duro admitir esta realidad, pero es infinitamente más duro tener que soportarla.
Un saludo.