Para emitir juicios sobre el abuso sexual infantil convendría ser muy consciente de lo que significan y de las múltiples formas que pueden adoptar. Es el mínimo exigible para todos aquellos que tienen en sus manos decisiones que pueden afectar de por vida a personas que sólo pretenden que se haga justicia, bien sea denunciando unos hechos acaecidos hace tiempo, para lo cual debería modificarse la ley, o bien denunciando unos hechos que están ocurriendo en tiempo presente, para lo cual la ley parece mirar siempre hacia otro lado.
Quizá podríamos disculpar a la población en general por su desconicimiento del tema, pero cuando se trata de supuestos expertos en la materia, la exigencia debería ser máxima. Es absolutamente demencial que se estén emitiendo todo tipo de juicios a lo largo de un proceso pervertido y contaminado por el desconocimiento, cuando no por la mala fe.
Las cifras no nos dejan lugar para la duda. Por poco que hagamos números llegaremos a la conclusión de que hay muchos miles de abusadores. Sin embargo, y teniendo en cuenta de que estamos hablando de un delito, comprobaremos que las condenas brillan por su ausencia y que en las cárceles encontraremos de todo, excepto padres, tíos, abuelos, hermanos, etc. que hayan abusado de un menor. Las cuentas no salen.
Hay muchos aspectos de manual que no se aplican y otros cuya aplicación es justo la contraria de la que debería ser. A las altas instancias no les interesa nada meterse en según que casos. No se busca hallar indicios que conduzcan a demostrar que haya habido abusos, sino a desmontar cualquier prueba encaminada a demostrarlos. Cualquier madre que haya denunciado un abuso por parte de su pareja a su hijo sabrá muy bien de lo que hablo.
Es hasta cierto punto lógico que a la mayoría, cuando pensamos en el abuso sexual infantil, nos venga a la mente la imagen de un menor que ha tenido o que tiene que soportar un verdadero infierno. No pretendo decir que esta imagen no se corresponda con la realidad, pero si importa señalar que existen otras muchas realidades que a su vez tienen otros muchos matices. De ahí que considere tan importante conocer muy bien el tema que estamos tratando.
Ese pretendido infierno no siempre es vivido por el menor como tal, lo que no significa que en el futuro no pueda llegar a desarrollar igualmente graves secuelas. El grueso de los abusos es perpetrado por un familiar, siendo la figura paterna la que ocupa el primer puesto de esta nefasta lista. El niño depende de su entorno familiar y siente un amor natural hacia su familia, con o sin abusos. Por desgracia continúan prevaleciendo ideas tales como que el menor no quiere a su abusador. Puede darse el caso, según sean los abusos, pero no es lo más frecuente. Sobre esta base se siguen estableciendo juicios totalmente erróneos y perjudiciales para el menor. Y no sólo para él, sino para quien pretende liberarlo de esta situación que, tras pasar pasar por otro tipo de infierno, llega al final del camino con todas las puertas cerradas y con un menor que seguirá siendo abusado.
El menor no sólo puede querer a su abusador, sino que puede erigirse como su defensor e incluso justificar sus actos. "Es que no se da cuenta cuando hace eso" decía una niña de cinco años. Si no podemos contar con el menor y las instituciones actúan con una negligencia indignante, poco podemos hacer. Salvo contar la verdad y sacar toda la mierda escondida bajo la alfombra.
Todos los niños buscan el amor de sus padres, y esa es el arma que utiliza el abusador para llevar a cabo sus abyectos fines. Para el niño es casi imposible distinguir donde termina el juego y donde se inicia un abuso. Tan siquiera es consciente de la existencia de tal concepto. A lo más que se acerca es a ser consciente de tener un secreto que no puede contar a nadie; un secreto que en el futuro le reportará secuelas de diversa gravedad.
Uno se pregunta como es posible que en el año 2009 todavía estemos así en una materia tan sensible como el abuso sexual infantil. Pero esa es la realidad.
Enfrentarnos a día de hoy a los abusos sexuales infantiles supone enfrentarse a un muro de dificultades y obstáculos que se inician con el propio afectado. Así es; la mayoría de las personas que fueron víctimas de ASI acostumbran a guardar este terrible secreto. Conociendo la realidad de esta lacra poco se puede reprochar a quienes así actúan. Pero que no sea reprochable no significa que sea la actitud más acertada. Al contrario. También cabe señalar que la solución del problema no aparecerá en el momento que desvelemos el secreto. Sin embargo es el único camino.
Una vez dado este paso se nos presenta otro muro que con frecuencia nos sitúa en una posición revictimizante o, en el mejor de los casos, envuelta de una ambigüedad que de bien poco nos sirve. Este muro que constituye la familia suele ser más o menos doloroso y repleto de incompresensión según se hayan producido los abusos en la propia familia o fuera del entorno familiar. Sabemos que la mayoría de los abusos se perpetran por algún familiar, por lo que este suele convertirse en un escollo que pocos logran superar.
Si seguimos adelante nos encontraremos con que la respuesta de la sociedad, debido al desconocimiento y a la incomodidad que produce hablar de estos temas, no es la adecuada y está poco receptiva como para provocar un estado de opinión bien fundamentado y que pueda ejercer la suficiente fuerza para derribar ningún muro.
Formando parte del espectro social está el estamento religioso, sobre todo el católico, cuya función en este asunto, lejos de abanderar algún tipo de movimiento tendente a denunciar, condenar y erradicar este grave problema, como mínimo en su propio seno, lo que ha hecho ha sido silenciarlo y encubrirlo. Considero que es algo particularmente doloroso para quienes habían depositado su fe en la iglesia y sus representantes. Y si han tomado partido en los últimos tiempos sólo ha sido debido a la presión de los hechos consumados que ya estaban al alcance de todos. Absolutamente deplorable, empezando por quien hoy está a la cabeza de esta institución: Joseph Ratzinger.
A otro nivel, quizá el más descorazonador y desesperante, nos enfrentamos, y nunca mejor dicho, con los organismos encargados de evaluar y dictaminar los casos de ASI. Sería lógico pensar que ahí podríamos encontrar a nuestros mejores aliados, a los grupos de expertos capacitados y sensibilizados que sabrán averiguar lo que ha sucedido con el menor. Pues no. Nada de eso. Por demencial que parezca lo que diré a continuación, estos personajes de los que no diré nombres (todo llegará) no buscan ni analizan pruebas para detectar un abuso, sino que hacen todo lo posible para ¿demostrar? que el abuso no se ha producido. Sólo cuando las evidencias son tan flagrantes que ya no hay por donde cogerlo, sólo entonces se concede que pueda haber existido un posible abuso.
En última instancia, los pocos que llegan, tienen que enfrentarse con el estamento jurídico, en el cual tampoco van a encontrar ninguna facilidad. En más de una ocasión nos hemos escandalizado por sentencias que no parecen tener el menor sentido. Cierto es que los perjuicios y el propio desconocimiento del asunto de quien ha de emitir juicio no juegan a favor del denunciante, pero si consideramos todo lo anterior vemos que todo el asunto ya está pervertido y manipulado desde el primer momento, por lo que es difícil que la resolución del caso sea favorable a los intereses del menor abusado.
En definitiva, cuando nos preguntamos que está mal en el caso que nos ocupa, la respuesta es muy simple: todo.
¿Qué se esconde tras el caso Michael Jackson? Es probable que nunca se sepa la verdad. O tal vez sí. Muchas son las opiniones vertidas y pocas desde la objetividad de los hechos a los que sólo se accede con el conocimiento de lo que supone un abuso sexual infantil.
A menudo me han preguntado sobre Michael -¿A ti que te parece?- Y como en todas las cosas cuya verdad desconozco, siempre he optado por ser cauto y comedido. No sé cual es la verdad, pero sí tengo elementos de sobra como para hacerme una posible composición de los hechos.
Lo primero que cabría preguntarse es si Michael también fue víctima de abusos sexuales. Lo cierto es que fue una víctima, y lo fue hasta el final de sus días. Esto no sólo es objetivo, también nos da una pista importante. Podríamos decir que las personas abusadas tienen dos alternativas; seguir siendo víctimas, los más, o convertirse en supervivientes. A su vez, entre los supervivientes podemos distinguir dos nuevos tipos; aquellos que son capaces de utilizar y reconocer su experiencia traumática para seguir adelante, que son la mayoría, y los que, por causas variables y demasiado largas para ser abordadas en unas pocas líneas, optan por convertirse en abusadores.
Y ahora la pregunta del millón ¿abusó Michael Jackson de algún menor? Por más conocimiento que posea sobre este asunto, soy consciente de que mi respuesta no deja de ser una opinión más. Eso sí, más fundamentada.
El perfil del abusador es indefinible, pero basándonos en lo dicho anteriormente, su encaje casi siempre responde al del superviviente victimario, lo que está lejos de la realidad en la que quedó atrapado Michael Jackson. ¿Eso significa que Michael no pudo abusar en ningún caso de un menor? No necesariamente. Este asunto tiene demasiados matices como para llegar a esta conclusión sin atisbo de duda.
En mi opinión Michael era un niño más, con todo lo que comporta. Sexualidad incluida. Y si hubo algo que pudiéramos encajar en la definición de abuso sexual, deberíamos hacerlo bajo esta perspectiva, lo cual tampoco es un eximente para las víctimas en caso de que las hubiera.
A pesar de las dificultades que supone establecer el perfil de un abusador, casi todos me parecen alejados del caso que nos ocupa. La gran mayoría de víctimas son autodestructivas en mayor o menor grado, y en su autodestrucción pueden o no arrastrar a los de su entorno. Pero si ocurre, nunca lo hacen de un modo predeterminado. Su “objetivo”, por lo general inconsciente, es destruirse ellos, no a los demás. Justo lo contrario que el abusador, incapaz de desarrollar ningún toipo de empatía hacia la víctima.
Quizá nunca sabremos la verdad, pero al menos estaría bien que supiéramos de lo que estamos hablando.