Entre los efectos negativos producidos por el abuso sexual, quisiera destacar uno que nos afecta a muchos: la escasa valía que nos concedemos cuando nos compararnos con los demás. Pareciera como si el éxito no esté a nuestro alcance. Y ciertamente, con nuestra actitud, no lo está en absoluto. Pero hay más.
Crecemos con el convencimiento de no merecer las cosas buenas que nos puedan pasar. Adoptamos actitudes que ponen continuamente en tela de juicio nuestra posible valía. Tanto es así que llegamos a boicotear nuestros propios proyectos, acciones o ideas. Esta forma de actuar no es más que una inconsciente estrategia autodestructiva donde damos los pasos necesarios (o dejamos de darlos) para no lograr nada de lo que nos proponemos. ¿Por qué actuamos así?
Hemos sobrevivido en un limitado mundo de carencias emocionales. La costumbre y el miedo han hecho de nosotros personas temerosas e incapaces de soportar alteración alguna. Cualquier cambio nos hace imaginar peligros inexistentes, cuando lo único peligroso es la vida quehemos aceptado. Los mecanismos que nos sirvieron para sobrevivir ahora se vuelven contra nosotros.
Vivimos atrapados por nuestro pasado. Cualquier esfuerzo para cambiar esta situación ha desembocado en el fracaso. La suma de tantas cosas negativas no nos induce al optimismo, pero del mismo modo que el presente es la suma del los momentos pasados, podemos hacer que el futuro sea la suma de los momentos presentes, por eso el cambio es posible, y por eso debemos reinterpretarlo.
No somos capaces de vencer ese miedo paralizador, compañero inseparable, y enfrentarnos a nuevas y enriquecedoras situaciones que nos permitan acceder a un mejor conocimiento de nosotros mismos. Lo que a unos les parecería enriquecedor a nosotros nos parece inquietante, incluso doloroso. ¿Cuál es el mayor dolor, sino el de conocernos a nosotros mismos con la inseparable realidad de unos abusos que no podemos olvidar? Y tan siquiera la falta de recuerdo nos sirve, ya que las secuelas nos seguiran como una sombra siniestra.
Nos perdimos en un tiempo de escasos recuerdos, tal vez con el único recuerdo de ese dolor insoportable. Ya no es el dolor del cuerpo, sino el que sufre el alma. Nos perdimos en un mundo de silencio que nos atacó a traición, tal vez disfrazado con la máscara del cariño. Nos robó los sueños, la alegría y el futuro. Y hoy vivimos un tiempo vacío, sin grandes penas ni alegrías, lleno de mediocridad, asomados a la ventana de la vida, pero sin vivirla, sin más ambición que ver llegar otro día tan vacío como el anterior. Paradójicamente, aprendimos a llevar esta vida con la sonrisa puesta, como si en realidad no nos estuviera sucediendo nada. Y mientras tanto, en nuestro interior, aquel niño desvalido sigue llorando en la infinita soledad de aquel tiempo lejano en el que quedó atrapado. Sigue perdido en ese mundo donde nadie estuvo a su lado para decirle que no se preocupara, que todo iba bien, que el no tenía la culpa... Pero en ese mundo no había nadie.
El triunfo
¿Cómo vamos a triunfar si ya desde el primer momento nos arrebataron las herramientas para hacerlo?
Lo primero es recuperar la fe en nosotros mismos. Después vendrá la confianza, la seguridad, la autocrítica constructiva, la capacidad de seguir evolucionando y otros valores esenciales que hasta ahora no han sido más que quimeras inalcanzables. Una loable aspiración convertida en tabú. Llegó el tiempo de romper los viejos esquemas y alcanzar la cúspide de nuestras posibilidades.
Tratemos de examinar nuestra vida objetivamente, intentando cambiar poco a poco todo aquello que nos disguste. Dialoguemos, expresando de la mejor manera que sepamos nuestros pensamientos ante las personas que en verdad nos pueden comprender. Modifiquemos, detalle a detalle, aquellas actuaciones cuya inocuidad para nuestra actividad diaria hayamos podido contrastar.
El miedo patológico siempre genera una grave distorsión de la realidad, y nos conduce hacia un camino donde el conformismo frena nuestros pasos, convirtiendo el resultado de nuestros temores, incapacidades e irresponsabilidades en un amargo fruto que después sólo vamos a poder dulcificar con el autoengaño.
El miedo siempre está presente, tanto para los valientes como para los cobardes. Es el termómetro que mide nuestro grado de valentía a la hora de enfrentarnos a los desafíos de la vida. Hasta el momento nuestro termómetro ha estado bajo cero, pero a partir de ahora, lo que veíamos como un obstáculo insalvable, deberemos verlo como una oportunidad de subir un peldaño más en la escalera del éxito personal. Ya no podemos conformarnos con ver llegar ese último día en que miremos atrás y no veamos nada.
La Cámara de Diputados alista una iniciativa para "certificar" a seminarios, escuelas y guarderías como libres de la presencia de pederastas, para prevenir casos de abuso sexual contra niños y jóvenes.
La Comisión de Atención a Grupos Vulnerables, que preside Laura Rojas Hernández, prepara una iniciativa para prevenir el delito de pederastia y establecer normas mínimas de infraestructura y funcionamiento de todos los centros públicos, privados y religiosos que atiendan a niños y niñas.
En entrevista en San Lázaro, la legisladora explicó que el objetivo es hacer obligatorio que todo el personal que trate y tenga a su cargo la atención de menores esté avalado por el Centro Nacional de Certificación de Control y Confianza, y quienes contraten a alguien sin éste serían sujetos a sanción.
"Hoy en día, cualquier persona puede cuidar a un niño y no se sabe qué perfil sicológico tiene, qué antecedentes penales y de qué familia viene, y por esa falta de información cada vez más niños son víctimas de abusos", dijo la legisladora del PAN.
Asimismo, la iniciativa busca institucionalizar a nivel nacional una cédula de identificación infantil, "poner la huella digital, el cabello del niño, actualizar constantemente la foto, de tal manera
que en caso de desaparecer, la cédula ayude a facilitar la recuperación del menor".
Puntualizó que otro de los objetivos de la iniciativa es institucionalizar el Protocolo Azul, el cual es utilizado en los centros comerciales para reportar a un niño desaparecido o perdido, e inmediatamente se cierran las puertas, nadie sale y se empieza a hacer la revisión.
Así como la alerta ámbar, que ya funciona en otros países, mediante la cual en cuanto se reporta la desaparición de un menor se pide apoyo a los medios de comunicación, para que en ese momento se
haga la alerta a niveles local y nacional, a fin de que se ayude a encontrar al niño.
Rojas Hernández destacó que es un tema que debe preocupar a todos, "se tiene que poner un alto, denunciar y que haya también sanción social; trabajar en evitar que suceda el abuso. La iniciativa va enfocada a evitar que más niños sigan siendo víctimas".
Siento avisar con tan poco tiempo, pero esta mañana, en el programa televisivo de Ana Rosa, hablaré de abusos sexuales infantiles aprovechando la presentación del libro "Los niños que dejaron de soñar". No sé la hora exacta, pero me han dicho que probablemente será alrededor de las 12:00 h.
Pues como la vida continúa, este próximo jueves toca la presentación del libro "Los niños que dejaron de soñar" en la Casa del libro de Madrid. El acto tendrá lugar en la calle Hermosilla, nº 21 a las 19:00 horas, y en el mismo intervendrán el editor de Mandala Ediciones, Fernando Cabal, la presidenta de ASPASI y psicóloga Margarita García Marqués, y quien os escribe; Joan Montané.
Por supuesto que estaré encantado de saludar a tod@s los que vengáis, y ya que estamos, si publicitáis al evento, mejor que mejor.
Un fuerte abrazo.
Joan.
Me siento en la obligación de explicar, aunque sea sucintamente, la razón por la cual no voy a poder dedicarle la atención que este blog merece, al menos durante un tiempo.
Tras una convivencia de diez años con la persona más importante de mi vida, Marta, hoy nuestros caminos se separan. Por más buenas intenciones que queramos ponerle, estas separaciones siempre son traumáticas, por lo que mi tiempo y mi vida en general sin duda se verán afectadas en un futuro inmediato. Obviamente eso tendrá también su reflejo en el blog, que no voy a poder atender como es debido, aunque si prometo retomar el hilo tan pronto como las circunstancias lo permitan.
En cualquier caso espero que sigáis escribiendo y, sobre todo, espero que nos reencontremos en el plazo de tiempo más breve posible.
Un abrazo a tod@s.
Joan.
Cualquier persona puede hacerse cargo de lo terrible que resulta el abuso sexual para un niño. Es un suceso tan perturbador que a veces se adopta la postura de mirar hacia otro lado. Es como si de esta manera quisiéramos creer que el problema no existe o, como mucho, sólo existe en ambientes muy concretos y marginales, algo absolutamente falso.
Para el niño es un problema muy real, y de nada le sirve mirar a otro lado por más que lo intente. Los abusos se inmiscuirán en su vida, formando parte de ella hasta convertirse en un estigma difícil de erradicar en el futuro.
“No estoy a la altura, nadie puede comprenderme porque no vivió lo que yo pasé, me cuesta abrirme y expresarme, no sé que hacer con mi vida, soy peor que los demás y éstos se han encargado de hacerme saber o notar que, efectivamente, soy diferente, y por lo tanto, peor”.
Estas y otras sensaciones, para muchos, certezas irrefutables, nos convencen de las diferencias que nos separan del resto de las personas.
Cuando miras hacia atrás no puedes dejar de preguntarte que habría sido de tu vida si los abusos no hubiesen formado parte de ella. Nada puede hacerse para cambiar el pasado. Pero tampoco creemos estar en condiciones para construir ningún futuro que tenga sentido. Es entonces cuando el presente se desmorona sobre nosotros y nos hunde en ese mundo vencido que vamos tejiendo desde la soledad. El mundo que creamos, como si fuera el capullo de una oruga, para protegernos de esa indefensión absoluta que tanto nos abruma. Un mundo donde la insoportable realidad nos muestra como seres indignos, sucios y culpables. Personas condenadas a vivir en un silencio que nos destruye día a día.
Se dan pensamientos enfermizos. Llegas a pensar que los demás se van a dar cuenta de lo que has hecho, como si tú fueras el culpable, y no el agresor. La vergüenza y la culpa se convierten en largas condenas de las que, muchas veces, nunca logramos liberarnos. No hay escapatoria. No se percibe otra realidad que la surgida de las primeras etapas de supervivencia. Somos diferentes. Llegamos a creer que no valemos nada, que sólo servimos para eso, que no nos merecemos otra cosa. ¿Cómo vas a relacionarte con una persona normal? Tan pronto como averigüen el tipo de persona que eres, te abandonarán.
A veces intentas prestar atención, pero tu mirada se pierde en el vacío junto con las palabras de tu interlocutor, y tu imaginación se traslada a lugares que no tienen que ver con el momento que estás viviendo. Te acostumbraste a huir, y ahora la huida es un modo de vida. Tienes la sensación de que nadie te entiende. Crees que todo el mundo está en deuda contigo por algo que ni tú entiendes; quizá por lo que pasó hace mucho tiempo. Si tú estabas mal, los demás deberían saberlo. Deberían sentir lo que tú sientes. Deberían haberte rescatado... y no lo hicieron.
¿Soy realmente diferente?
En realidad todos somos diferentes. Sin embargo, para nosotros ser diferente se asocia a ser inferior. Así es como lo sentimos, y este sentimiento nos impide acceder a nuevos y mejores trabajos, a mejores amigos, mejores parejas y, en general, a una mejor vida. Una premisa indispensable para acceder a esa vida que anhelamos y que sólo nos atrevemos a soñar es transformarnos en alguien mejor.
El primer paso será volver al lugar donde se originó esa sensación que nos hace sentir diferentes. Como es obvio, eso significa regresar a la infancia, regresar a los abusos. Siempre ha habido un antes y un después. Los abusos cambiaron nuestro mundo radicalmente.
Las relaciones con aquellos que han pasado por lo mismo facilita la comunicación, pudiendo, además, hablar de este asunto con gente que lo entenderá sin sorprenderse ni escandalizarse. Esta complicidad es un auténtico bálsamo para nuestra atormentada existencia.
Ser mejor no es algo que se deba demostrar; es algo en lo que uno debe creer. Pero ser mejor nunca se hace en comparación con los demás, sino en comparación con uno mismo. Una vez ocurra eso, los obstáculos serán más fáciles de superar.
Uno de los efectos más dañinos del abuso sexual es el autoengaño, tanto cuando fuimos niños como después, en nuestra etapa adulta. Sobre esa base edificamos nuestro futuro. La supervivencia emocional, muchas veces, no es posible si no se eliminan o atenúan ciertos sentimientos. Esta actitud es la misma que mañana nos pasará factura.
El autoengaño tergiversa evidencias obvias para cualquier persona que observe nuestro comportamiento. Falseamos sistemáticamente las percepciones que llegan a nuestros sentidos para adaptarlas a nuestro entorno hecho a la medida de nuestra irrealidad. Todo ello nos lleva irremediablemente a generar respuestas inadecuadas que no sólo nos afectan a nosotros, sino a la gente que nos rodea. Tenemos que modificar nuestra realidad para reconvertirla en algo tolerable. Pero ese comportamiento tiene un precio. No siempre se puede integrar satisfactoriamente nuestro mundo imaginario en el mundo real en el que viven los demás. Lo que a nosotros nos parece normal, al resto le parece extraño y sospechoso. Tal vez consigamos ocultar nuestro secreto, pero a cambio, en el mejor de los casos, nos convertiremos en los “raros”.
“No soy capaz de hacer nada bien”. No sólo es una idea sobre mí mismo, en muchos casos me han hecho creer que realmente es así. Interiorizar esos sentimientos negativos sólo podía conducirme a sentir desprecio hacia mis actitudes y hacia mi persona en general.
No haber desenmascarado al agresor en su momento provoca un resentimiento que va acrecentándose a medida que pasa el tiempo. Esta realidad se acentúa cuando se trata de un familiar. Es una cuestión de tiempo que esta rabia no declarada termine volviéndose contra nosotros. La manifestación más habitual es la conducta autodestructiva. Son comportamientos que no controlamos, cuyo origen se perdió en el olvido y que alcanzan su máxima expresión en adicciones como las drogas, la comida, el juego y otras.
El gran problema de las adicciones es el desconocimiento de sus orígenes. Algo muy parecido ocurre con las autolesiones. Es como si no nos odiáramos lo suficiente como para quitarnos la vida, pero si bastante como para castigarnos, para destruirnos poco a poco. Y lo peor es que no sabemos porque, con lo cual tampoco podemos ponerle remedio.
Las raíces del odio hay que buscarlo en el pasado. Siempre hemos pensado que no hicimos lo suficiente. Y no sólo eso; podemos llegar a creer que no hicimos nada o que incluso colaboramos en los abusos. Pudimos sentir placer ocasional. Todo ello nos conduce a una sensación de culpa devastadora, y de ahí al odio hacia lo que hicimos o dejamos de hacer, y en definitiva, a lo que somos, no hay más que un paso.
Revelar como, cuando y donde se produjeron los abusos, y por encima de todo, quien fue, es la clave para eliminar el odio, el rencor y otros aspectos perniciosos de nuestra vida. Debemos señalar al agresor sin piedad, quizá sin ensañamiento, pero tampoco sin el menor atisbo de culpabilidad. Nos merecemos la libertad; merecemos librarnos del pago de una culpa que en ningún caso fue nuestra.
Sólo la justicia nos aportará esa paz espiritual que nunca hemos tenido, sólo el resarcimiento de tanto tiempo robado, nos liberará del odio que se arraiga en una vida que casi olvidamos que un día fue nuestra.