Añoro la infancia que no tuve, aquella que nunca podré recuperar. Añoro sensaciones que no comprendí. Confidencias que me hubieran convertido en una persona especial, en esa personita única que todo niño anhela y cree ser, en el protagonista de un cuento que nunca tuvo lugar. Pero sólo recuerdo largos tiempos de silencio. Añoro un abrazo, los sueños robados, las palabras nunca dichas, las que se ahogaron en el miedo y la vergüenza. Y también las otras palabras; aquellas que me hicieran pensar que yo, en verdad, formaba parte de algo. Pero ese algo jamás existió para mí. Añoro aquellos días en que fui feliz, tan lejanos que ya no sé si los añoro o tan solo los imagino. Añoro una caricia, un gesto sincero, una mirada a los ojos. Añoro los colores; los añoro desde aquel día en que mi vida se tornó gris. Y la lluvia... y la noche... teñidas de una falsa e imaginaria libertad. Añoro los amigos que no llegué a conocer, los consejos que nunca escuché. Añoro aquel día tan lejano en que dejé de sorprenderme, el día en que los sueños se escaparon y mi ángel me abandonó. Añoro la ingenuidad, justo antes de aprender el significado de la palabra imposible. Añoro los brazos de la noche, acogiéndome en su seno para rescatarme de la realidad. ¿Cuántas veces me hubiera quedado para siempre en su regazo? Pero la noche siempre me devolvía a la realidad y por un momento, sólo por un momento, pensaba que tal vez despertara en otro hogar y se corregía ese terrible error de haber nacido en el lugar equivocado. Pero ese breve relámpago se desvanecía en la bruma de mis sueños absurdos. Añoro lo que nunca tuve en ese mundo que no existió.
Mi pasado son gritos de añoranza lanzados al vacío, gritos de desesperación por no saber quién soy, gritos de silencio que se estrellan en el muro de quien nada quiere oír.
Me miráis sorprendidos, con desdén, con fastidio. Miráis a otro lado. ¿Por qué no se perderá de una vez? Quienes piensan eso viven con la paradoja de haber estado siempre perdidos. Las tinieblas ciegan sus ojos y su arrogancia o su estupidez son demasiado grandes como para advertirlo. En su propia negación esconderán ese pequeño pedazo de dignidad que aún creen tener, hasta que el destino le escupa a la cara.
Por último, quien debería preguntarse tantas cosas aún se reirá en su soledad, planeando qué hacer para que nada altere su mezquina existencia. ¿Quién entiende que la eternidad sólo puede ser pintada con los sentimientos que nos llevemos de esta vida? Por eso añoro los colores. Porque cuando deje esta vida quisiera haber pintado un mundo mejor. ¿Qué hará quien se va de vacío? ¿Qué hará en la blanca eternidad con su sombría miseria? No quiero partir con odio, rencor o tristeza. Quiero que brillen mis colores, quiero escuchar el sonido de las palabras, quiero alcanzar los sueños a cada pensamiento. Quiero...
Fuente: extracto del libro “Cuando estuvimos muertos”
Muy conmovedor
Cariños
Elisa, Argentina
TUS PALABRAS ME CONMIVIERON MUCHO, YO TAMBIEN QUISIERA...
TE MANDO UN ABRAZO SINCERO.