¿Has mirado alguna vez el cielo, sintiendo que formabas parte de un todo, sabiendo que nada de esas pequeñas cosas que ocurrían en tu mundo tenían verdadera importancia? Yo lo pensé una vez. Tengo una imagen tan vívida en mi mente que a veces aún me parece estar allí. Regresan los olores, el calor del sol sobre mi piel. Y el viento. Esa envolvente y mágica música del bosque, ofreciendo incansable su bello concierto a un público invisible. Todavía lo escucho, y sigue pareciéndome el más hermoso de los sonidos.
Yo miraba el cielo con los ojos de otra vida. Miraba la eternidad pensando si aquello que me estaba sucediendo era cierto. Ya ni recuerdo qué edad tenía. Son tantas las cosas que ya no recuerdo... Las imágenes de mi niñez se entremezclan con el tiempo, y no puedo situar los acontecimientos en sus correspondientes fechas.
Estaba tumbado en el suelo, sobre la hierba, observando el cielo como si acabara de ver abiertos de par en par los libros secretos del universo. Y todo se asemejaba, todo formaba parte de una unidad perfecta. Sentía la felicidad y no sabía por qué. Mi mente, mi cuerpo y mi espíritu eran uno, serena armonía, fluyendo en un mundo del que no hubiera querido marchar. No sabía que aquel sería mi último contacto con la eternidad. Hace ya tanto tiempo...
Una nube solitaria cruzaba rauda ante mis ojos, empujada por el viento. Yo la veía, pero no la miré; mi vista se hallaba fija en algún punto del vacío. Ese instante mágico existía porque yo lo deseaba. Lo quise con todas mis fuerzas. Y sucedió. No era de este mundo, como tantas cosas bellas que escapan a nuestras percepciones. Toqué el infinito con la punta de mis sueños. Conocí otra vida y otros mundos, y a ellos me aferré. La vida de ese niño que era violado por su propio padre quizá ya no fuera tan importante. Quería creer que no. Yo sabía que al alzar la vista encontraría mi cielo. Mi cielo siempre estaría allí arriba. Pero… ¿y si algún día lo olvidaba?
Fuente: extracto del libro “Cuando estuvimos muertos”
Ojalá que nunca se olviden de ese cielo para volver a traerlo al presente, aunque sea difícil
Cariños
Elisa, Argentina
Es muy sensible el último texto que publicaste Joan y me veo muy reflejada en él. Yo también tenía mi mundo perfecto al que me transportaba sin pensarlo, era algo natural, diría casi como "un juego" si no fuera porque el escenario era el ambiente más oscuro y demoníaco jamás imaginado para una niña, ni para nadie. Recuerdo que llamaba con mi mente a mi mamá primero, a mi papá después, me preguntaba dónde estarían, por qué no venían a socorrerme. Cuando tomaba conciencia de mi absoluta soledad y que estaba atrapada en la maligna red del abusador como la víctima de una araña gigante, sin escapatoria ni consuelo; entonces,llamaba a Dios y salía de mi cuerpo. Flotaba en el aire, liviana, como si fuera un ángel, entraba a otra dimensión donde todo era más tranquilo, donde nadie podía tocarme, donde sólo yo sabía de mí misma. Este era un recurso que funcionaba a veces, otras veces creo que era como si me muriera. Las experiencias de abuso me superaban, me bloqueaban, la invasión y el dolor eran extremos. Los recuerdos tan traumáticos estan en mi mente hasta un punto donde todo se detiene, como si cayera a un abismo de noche, donde el corazón se hiela y sólo un cuerpo inerte permanece en el lugar del horror, sin vida, sin esperanzas, sin identidad.
Gracias a todos por estar allí. Gracias Joan.
Un texto precioso, el cielo para abstraerse y no sentir. Espero que no lo olvides.
Ánimo para Chandra y un saludo para ti, Joan.