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Los niños que dejaron de soñar

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Profesionales del silencio

Publicado por Joan Montane sábado, 3 de octubre de 2009 8 comentarios

En muchas ocasiones he manifestado mi convencimiento de que el silencio es uno de nuestros peores enemigos. Si no hablamos de lo que sucedió en nuestra infancia difícilmente vamos a poder superarlo. Pero no sólo eso. Si casi nadie habla se instaura la idea de que este problema es irrelevante, de que apenas se produce. El silencio nos perjudica a nosotros y a todo lo relacionado con los abusos sexuales en general.

Una de las cosas que más me sorprende y que me he encontrado a menudo es la actitud de ciertos pretendidos profesionales. Algunos desconocen la magnitud del abuso sexual infantil y su formación en este campo en concreto deja mucho que desear. El motivo que me ha llevado a escribir este post tiene que ver con un correo que recibí el otro día. En él una persona me decía que sufrió abusos en su infancia y que quería hablarlo con su pareja, el cual lo desconocía. El caso es que su psicólogo le aconsejó que no lo hiciera.

Con lo que diré a continuación tal vez alguien pueda creer que soy malpensado, pero a veces pienso que algunos "profesionales", consciente o inconscientemente, prefieren cerrar todas las puertas a sus pacientes para que sólo puedan acudir a ellos y tener clientes a perpetuidad. Por supuesto que también conozco muchos otros profesionales cuya formación en este asunto es sobresaliente, y me consta que estos no aconsejarán a sus clientes que mantengan el secreto. Esta claro que todos tenemos nuestro proceso y que tampoco debe inferirse de lo dicho que hay que contarlo todo a todo el mundo. No obstante, el fin último no es otro que romper el silencio y escapar de nuestra cárcel de miedos, vergüenzas y culpabilidades.

Alguien que haya sufrido abusos sexuales en la niñez debe buscar ayuda profesional, bien sea en asociaciones que se ocupan especificamente de ello, o bien de profesionales particulares que conozcan lo que tienen entre manos. Y si te dicen "No se lo digas a nadie", al menos esa es mi opinión, desconfiaría mucho a la hora de ponerme en sus manos.

No tengas miedo

Publicado por Joan Montane sábado, 26 de septiembre de 2009 3 comentarios



Armendariz regresará con un filme sobre abusos sexuales en la infancia

El director navarro Montxo Armendariz tratará en su próxima película el tema de los abusos sexuales en la infancia, «una realidad que, desgraciadamente, nuestra sociedad se empeña en ignorar», afirmó. El rodaje de este filme, del que también es guionista, se realizará en el primer trimestre 2010 y se llamará No tengas miedo.
Armendariz no se ponía detrás de las cámaras desde que dirigió Obaba, en el año 2005

Su amistad con psicoterapeutas y psiquiatras que trabajan con personas que han sido víctima de abusos en su infancia fue lo que provocó su interés por este tema. «Sus experiencias y los relatos de algunas víctimas a las que he conocido» son el alma de un guión que ha escrito con la ayuda de la argumentista María Laura Gargarella. En el, se narra la lucha de una mujer por recuperar su dignidad, por encontrarse a sí misma y, en definitiva, por superar las secuelas de los abusos sexuales que sufrió en su infancia.

«Mi intención con esta nueva película es la de mostrar el coraje de unas personas que se enfrentan diariamenre a la necesidad de rehacer sus vidas y de recuperar la libertad sexual que otros les arrebataron impunemente cuando ni siquiera tenían edad para comprenderla», explicó el director, que cree que es importante dar a conocer estos hechos «para hablar de ello sin prejuicios y sin miedos».

Trayectoria de éxitos

Este será el noveno largometraje de Montxo Armendariz, que ha cosechado numerosos éxitos a lo largo de toda su trayectoria. Dos de sus películas, Historias del Kronen y Las cartas de Alou, han sido galardonadas con un premio Goya y otras dos fueron candidatas, Obaba y Secretos del Corazón. Esta última, además, ganó un Angel Azul en la Berlinale y fue candidata a los Oscar como mejor película extranjera.

Eusko Ikaskuntza le concedió el pasado año el galardon Manuel Lekuona, en
reconocimiento a su trayectoria. En el año 1998 recibió asimismo el Premio Nacional de Cinematografía que otorga el Ministerio de Cultura.

Para sus... y quien se apunte

Publicado por Joan Montane domingo, 20 de septiembre de 2009 9 comentarios

He puesto este título, dirigido a sus, pero que hago extensivo a tod@s. He puesto sus porque es quien más insiste en que deberíamos hacer algo, como recoger firmas. Pues bien, en estos momentos tenemos la oportunidad de hacer algo realmente importante. Quien quiera participar deberá dar la cara y hablar de su experiencia de abusos. Insisto en que es un proyecto de mucha envergadura. Quien esté interesado que me escriba a mi correo personal forogam2002@yahoo.es y hablamos de los detalles.

Joan.

Carencias en torno al abuso sexual infantil

Publicado por Joan Montane lunes, 14 de septiembre de 2009 4 comentarios

Mi discurso sobre ASI suele poner de relieve los aspectos más negativos, por lo que más de uno se preguntará con toda la razón ¿pues que hace falta para modificar todo lo que no funciona? La respuesta no es sencilla. A estas alturas tengo bastante claro que no hay casi nada que funcione como es debido.

La opinión generalizada suele centrar el foco de atención en los casos que aparecen en los medios, por ejemplo algunas sentencias que en ocasiones resultan incomprensibles. Los que conocen algo mejor el tema también pueden aducir el mal funcionamiento de los organismos encargados de evaluar los casos que llegan a dichas instancias, y aún otros incidir en aspectos más concretos, pero en mi opinión el problema no hay que buscarlo en aspectos particulares; está enquistado en la globalidad de nuestro tejido social. Es un mal extendido desde el primero hasta el último eslabón de la cadena.

Dando esto por sentado, lo que procede es distinguir los distintos niveles para abordarlo con un cierto orden.

En el primer nivel está la persona que ha sufrido los abusos. Muy a menudo he hablado de las distintas secuelas que nos afectan, y la que ahora más nos interesa es el silencio. Sólo un reducido porcentaje habla de lo que sucedió en su niñez, e igualmente reducido es el porcentaje de niños que lo cuentan en el momento en que ocurre. En ambos casos es frecuente que su voz sea silenciada a las primeras de cambio, con lo cual ya nos encontramos con que la mayoría de los abusos no logran tan siquiera superar este primer nivel. No es necesario ser muy perspicaz para comprender que si todas las personas que han sufrido abusos alzaran la voz, la percepción que se tiene en la actualidad se modificaría sustancialmente, lo que a su vez podría promover cambios significativos. No es fácil que eso ocurra, pero sin duda es lo que haría falta.

En el siguiente nivel encontramos a la familia, o sea el entorno directo de la persona que ha sufrido los abusos y, en la mayoría de casos, también el entorno donde se han producido. Esta circunstancia propicia, como ya he comentado, que las prioridades se decanten claramente a silenciar los hechos antes que preocuparse por las repercusiones que el abuso haya podido tener en el niño o en el adulto que lo revela. Y es que las consecuencias de admitirlo son demasiado graves para el ente familiar. La reacción en cadena que podría desatarse se percibe más grave que cualquier cosa que pueda haberle sucedido al menor. Eso a quienes les ocurre, claro. Porque a quienes nos les ha pasado, curiosamente, no tienen la menor duda sobre su actuación a favor del menor. Cruel paradoja que demasiadas veces se cumple, y más cuanto más cercano es el parentesco del adulto con el menor. Es obvio, entonces, lo que hace falta cambiar. La familia siempre debería estar al lado del niño que ha padecido los abusos.

Subiendo de nivel llegamos a la sociedad, que deberíamos analizar en sus distintas variantes. Por un lado podríamos referirnos a la opinión pública en general; la opinión de los ciudadanos. Y si bien esta suele expresarse en términos de condena radical y sin fisuras, lo cierto es que su peso es más bien escaso. Eso es así porque no existe la conciencia de que se trate de un problema de la magnitud que realmente tiene. Todos hemos presenciado colectivos de toda índole haciendo huelga, manifestándose y protestando por un sinfín de causas más o menos justificadas, pero jamás he visto una manifestación contra el abuso sexual infantil. Tal vez sí centrada en algún caso concreto con nombres y apellidos, pero no en representación del problema de fondo.

En el apartado social también deberían tener mucho que decir algunas instituciones cuya obligación es velar por el bien del menor, como por ejemplo el sistema educativo y el sanitario. Así pues, ante cualquier sospecha, la pertinente puesta en marcha del mecanismo que lo elevara a las instancias encargadas de evaluar un posible abuso. Pero tal cosa no siempre ocurre, y cuando lo hace, el abuso raramente va más allá de ser posible, motivo por el que, entre otros, a veces se opta por no meterse en problemas, porque es probable que los haya, todo hay que decirlo.

Otra institución que ejerce una importante influencia y que ha hecho un flaco favor a la causa es la iglesia. Con independencia de las creencias de cada cual, creo que se puede llegar al consenso de que, sobre el papel, la iglesia debería haberse constituido como uno de los más firmes abanderados en la defensa del menor. Pero no. Una vez más los intereses más ruines se interponen. Lejos de esta postura, el silencio y el encubrimiento se han encumbrado hasta que el peso de múltiples denuncias ha conseguido, tan sólo, un escueto reconocimiento de esta realidad. Y ahí nos hemos quedado.

Socialmente falta mucha más información; información veraz y contrastada que permita a la gente adquirir la conciencia social adecuada para que esta realidad sea reconocida en su verdadera dimensión. Las instituciones y organismos que tienen contacto con el menor no deberían dudar ante la sospecha de un abuso y la iglesia debería pedir perdón, pero no con palabras, sino con hechos.

A un nivel más directo nos encontramos con las unidades encargadas de atender, evaluar y dictaminar los casos de abuso que llegan a sus manos, que no hay que olvidar que se trata de un pequeñísimo porcentaje de la totalidad. Su actuación es tan nefasta que los propios abogados consideran una victoria el hecho de que un caso salga de la administración. O sea que te quedas como estabas. En realidad peor, porque se te cierran todas las puertas al desestimarse el caso y porque entonces, aunque no se diga abiertamente, se pone en duda tu credibilidad. ¿Cuántos padres, tíos, hermanos o abuelos han sido condenados por abuso sexual? Y sin embargo los hay a miles. De nuevo el abuso sexual, como mucho, se queda en posible. Parece que éste es el máximo status al que podemos aspirar en una denuncia. Visto lo visto, tampoco hace falta decir gran cosa sobre lo mucho que debe cambiar este nivel.

En último lugar está el sistema jurídico que, una vez analizados los niveles precedentes, no nos deja mucho espacio para el optimismo. Llegados a este punto vemos que la manipulación que termina contaminando estos casos, la desinformación general que reina en todo el proceso, y los prejuicios de cada juez, nos conduce a un callejón sin salida y, como en los casos anteriores, a la evidencia de que también aquí se requieren profundos cambios. Considero que la persona que tiene la última palabra sobre un asunto de tanta trascendencia debería tener, no ya la ecuanimidad que se le presupone, sino una preparación específica sobre un asunto que nadie afirma que sea sencillo. Precisamente por eso.

Como vemos en este sucinto repaso de la actualidad ASI, son muchos los aspectos que se deben modificar; muchos y de gran calado. Así que por el momento, y siendo realistas, no podemos esperar que se produzcan grandes cambios en breve. Hay que asumir el papel de pioneros, no desfallecer ante las batallas perdidas y seguir picando piedra.

Engaño y predisposición a ser engañado

Publicado por Joan Montane jueves, 10 de septiembre de 2009 2 comentarios

Es difícil mostrarse optimista cuando se habla de abuso sexual infantil. La realidad es demasiado aplastante. La escasa información que poseemos suele estar distorsionada por prejuicios e ideas erróneas. Necesitamos muchas más trasparencia al hablar de un asunto tan delicado y con una prevalencia tan elevada; es decir, el número de casos existentes, cifra que nada tiene que ver con la que, por una u otra vía, sale a la luz.

Esta realidad es muy compleja y con muchas aristas, pero conviene ceñirnos fielmente a ella si en verdad queremos comprender porque las cosas son como son.

El enunciado menciona el engaño porque ya desde el principio la verdad se esconde desde todos los ámbitos, empezando por la propia persona afectada. Ya he descrito en diferentes ocasiones los motivos que subyacen en el silencio de la víctima, todos ellos perfectamente comprensibles. Pero no por justificables dejan de tener consecuencias indeseables.

Imaginemos que por la razón que fuera casi nadie denunciara el robo de un coche o en el interior de un piso. La opinión pública, a falta de esta información, pensaría que se trata de un delito anecdótico y que apenas tiene incidencia en la vida real. Y sería muy lógico que así lo hiciera. Pues algo parecido ocurre con los abusos sexuales infantiles.

¿Y con los casos que salen a la luz? Pues lo dicho, son escasos y entre ellos sólo una minoría son estimados como verdaderos. La mayoría se quedan en el camino por falta de pruebas. Según parece, ningún otro delito requiere tantas pruebas y tan contundentes. Por poco que escarbes en el sistema, la impresión que te llevas es que existe una mayor predisposición a apagar cualquier luz que no a iluminarlo para descubrir la verdad con todas sus consecuencias. Y es que el peso de las consecuencias sigue siendo demasiado grande.

El perfil del adulto que abusa de un menor, por más literatura que exista, no es nada fácil de determinar. Podemos hablar de ciertos rasgos más o menos comunes, pero siempre desde la convicción de que no existe un modelo universal que nos permita reconocerlo. Partiendo de esta premisa podríamos decir que el abusador suele ser un personaje con una importante capacidad para el engaño, lo cual no debe sorprendernos si nos atenemos a sus inclinaciones inaceptables para la gran mayoría. También es interesante apuntar que un porcentaje muy elevado de abusadores son varones, un dato que, considerando la sociedad en la que vivimos, no es un asunto menor.

Con estos datos podemos decir que el engaño es el sello del agresor y la predisposición a ser engañado la actitud más frecuente en todos aquellos que se ven involucrados en un caso de ASI.

Sin embargo a prácticamente nadie que se le plantee esta disyuntiva reconocerá la posibilidad de que semejante predisposición se dé en su caso. El que no lo haya vivido en su entorno mostrará un criterio sin fisuras y una absoluta visceralidad respecto a como lo abordaría en la hipótesis de verse involucrado. Por el contrario, a quien le ocurre, de poco le sirven los anteriores argumentos, y toda esa lógica indignación desaparece sepultada bajo el peso de las circunstancias. La predisposición a ser engañado se convierte en la perfecta coartada para eludir esas consecuencias tan incómodas e indeseables para el núcleo familiar. Todo esto es mucho más evidente cuando nos referimos a los abusos intrafamiliares.

El menor deja de ser el objetivo prioritario a preservar, por más que se escriba y se proclame. Poner en duda la certeza de los hechos es mucho más sencillo para todos, excepto para el niño y para el que denuncia.

Seducción y placer

Publicado por Joan Montane lunes, 31 de agosto de 2009 28 comentarios

Dos palabras, las del título, que al aplicarlas al abuso sexual infantil nos pueden desconcertar. Y nos desconciertan no cuando lo aplicamos a la mente perversa del adulto, sino cuando lo hacemos con el menor. Cuando se trata de abusos intrafamiliares son dos conceptos que debemos tener presentes si queremos comprender algo más de las complejidades que encierra este lacerante asunto.

Al pensar en una situación de abuso a uno le vienen a la cabeza imágenes de violencia, imágenes del menor viviendo un infierno y, en todo caso, situaciones que el niño nunca desearía que hubieran ocurrido. Quizá la clave sea situarnos en la mirada que efectuamos hacia el pasado, incluso los que hemos tenido que vivirlo. No siempre es el niño quien tiene la consciencia de desear que nunca hubieran ocurrido; en cambio sí es el adulto quien puede observar y analizar esta realidad sin atisbo de duda. Para el menor existen otras realidades que tienen que ver con el cariño, con la dependencia y con el desconocimiento de una realidad que apenas comprende. Estas diferencias en la percepción de un mismo hecho son muy importantes a la hora de entender estos conceptos del enunciado.

En los abusos intrafamiliares no suele existir la violencia tal como la entendemos la mayoría, aunque sería muy discutible afirmar que el abuso sexual infantil, en sí mismo, no sea ya un acto de violencia. Pero entrar en estas disquisiciones nos llevaría a desviarnos del tema.

Lo habitual es que el adulto, generalmente el padre o quien desempeñe este papel, introduzca al niño en un juego que no entiende pero que casi siempre acepta; un juego de seducción creciente donde se va avanzando poco a poco hasta convertir al menor en cómplice de esta insana relación. En este juego es siempre el adulto quien pone las reglas y el niño quien las acata, incluso de buen grado en determinados casos, un aspecto del que se habla poco. Ese es el poder de la seducción, basada en un claro abuso de poder, y cuya perversa finalidad es dejar al menor sin recursos para escapar de esa situación. Y no sólo al menor. Cualquier otro adulto que intente poner fin a unos abusos de estas características tiene la guerra perdida. Cuando se dan signos físicos o psicológicos más o menos evidentes, o cuando el niño habla, aún contamos con armas para luchar, que no para vencer, pero si no tenemos ni eso, las posibilidades se reducen prácticamente a cero.

Una mirada retrospectiva a mi propio pasado me lleva a identificar ese juego de seducción. Y también recuerdo que jamás hubiera delatado a mi padre, a pesar de que el placer no formaba parte del entramado emocional en el que estaba atrapado; un entramado que sólo se resuelve cuando ya eres adulto y se reúnen las condiciones para que te puedas enfrentar a ello, que dicho sea de paso, no ocurre a menudo.

En mi caso este binomio de seducción y placer no iban de la mano, pero en otros casos sí puede darse. En el abuso sexual infantil existen verdades incómodas, como que el menor pueda experimentar placer. Esto no es una película con final feliz, y no reconocerlo, por incómodo que sea, sólo perjudica a quienes nos enfrentamos con esta lacra. La información junto a un conocimiento exhaustivo y libre de prejuicios es lo que nos permitirá luchar con más efectividad.

El placer experimentado a través de un abuso sexual (que tampoco debemos equipararlo con el placer adulto) no atenuará la gravedad de los hechos ni de las posteriores secuelas. Quizás al contrario, pues haber sentido algún tipo de placer, cada vez que he hablado con un adulto, sólo ha servido para aumentar su sensación de culpabilidad y de rabia hacia uno mismo. Lo que sí puede suceder en estos casos es que durante la infancia las secuelas no se manifiesten, incluso podemos tener la sensación de que el niño es completamente feliz. Hasta que llegue el día en que las cosas se tuerzan.

La seducción es la estrategia más habitual del abusador intrafamiliar, y el placer una consecuencia que ocurre a veces y que la víctima, una vez adulta y enfrentada a la realidad, nunca hubiera querido experimentar.

Entrevista Onda Cero

Publicado por Joan Montane jueves, 27 de agosto de 2009 6 comentarios

A primeros de agosto me entrevistaron en Onda Cero. Al principio no estaba la grabación. Hoy se me ha ocurrido volver a mirar y ya está.

El problema es que no logró poner el enlace ni el audio directamente, así que lo dejo para que lo pongáis en el navegador.

De entrada salen todos los audios. Bajar al final de la página y darle al último. Se abrirá una ventana donde salen varios audios. Arriba a la derecha pone 1 de 5 (como se van añadiendo igual varía). Hay que darle hasta que lleguar al último, que es el mío y clicar.

Ahora solo queda clicar a la izquierda, donde pone pulse para reproducir.

Esta casi al principio. Si acaso correrlo un poco con el cursor hasta que empiece. Es bastante largo.

http://www.ondacero.es/OndaCero/microsite/Quedate-conmigo/7533881/audios

¿Odio, rencor, indiferencia?

Publicado por Joan Montane martes, 25 de agosto de 2009 11 comentarios

En mis intervenciones en prensa, radio y televisión ha surgido a menuda una pregunta: ¿Sientes odio hacia tu agresor? O planteada de otro modo: ¿Has perdonado a tu padre? Obviamente mi padre fue quien cometió los abusos.

No es una pregunta que pueda responderse con un simple monosílabo. O mejor dicho, si se puede, pero no sin la correspondiente argumentación. Por lo que a mi respecta las respuestas son que no siento odio ni rencor hacia mi padre y que no le he perdonado. Es posible que de entrada parezcan contradictorias, de ahí la necesidad de razonar mi posicionamiento.

En la vida puedes tomar muchas decisiones, pero elegir lo que se siente o lo que se deja de sentir no es una cuestión tan simple como elegir si vas de vacaciones a Grecia o a Italia o vas a comer tallarines o ensalada. Hay aspectos que no están tan ligados a nuestro poder de elección como quisiéramos. Es un proceso que sin duda puede transformarse con el tiempo a través de la experiencia y el aprendizaje, pero al formar parte de la esencia del propio individuo y estar también interiorizado mediante el aprendizaje, no resulta sencillo implementar las modificaciones que nos dicta la razón. Dicho de otro modo, el sentido común nos puede indicar que nuestros sentimientos hacia el abusador han sido inducidos de un modo malsano y que debemos modificarlos, pero la comprensión de este hecho no basta para eliminarlos sin más. De ahí el conflicto por el que transitan muchas personas que han sido víctimas de abusos y la consiguiente dificultad para explicar porque uno siente lo que siente. Afirmar, como sucede a menudo, que uno quiere a su agresor, no puede hacerse con un sí o con un no. Y otro tanto ocurre con las dos cuestiones planteadas en el enunciado.

Personalmente puedo decir que me siento afortunado de que mis respuestas a esas dos preguntas sean las que son, porque considero que eso es lo que me permite hacer lo que hago. Abordar los abusos sexuales, bien sea desde una óptica personal o bien en términos más generales, y hacerlo desde el odio, el rencor o arrastrando secuelas no resueltas, no es el mejor modo de enfrentarse, ni menos aún se puede pretender estar en posesión del enfoque adecuado y efectivo para tratar esta cuestión.

Decía que uno no elige lo que siente, y que la ausencia de odio hacia el abusador unida a no tener la necesidad de perdonarlo dé una impresión contradictoria. La clave, diría yo, radica en la comprensión de los hechos y en la gestión de los sentimientos. Aquí me gustaría hacer un inciso para señalar que esos sentimientos negativos pueden servir en un momento dado como un trampolín para seguir avanzando. El problema aparece cuando se enquistan y no somos capaces de superarlos. Una existencia regida por el rencor proveniente de unos hechos del pasado, por graves que estos fueran, nunca nos reportarán una solución satisfactoria.

No he elegido mis sentimientos. Soy así. Y al contemplarlo desde mi situación actual creo que me está siendo más beneficioso que perjudicial. Pero claro, tampoco pierdo de vista que en el proceso ha habido un largo periodo de tiempo donde nada parecía tener solución ni sentido.

No he perdonado a mi padre. Me elección, quiero pensar, ha sido hecha desde la libertad y la racionalización de lo sucedido. Muchos consideran el perdón como el último eslabón de la cadena en el proceso curativo, y no dudo de su efectividad en la medida en que se cree en ello. El poder de las creencias y del convencimiento surge del propio individuo. Esa es su verdadera fuerza. Y esas creencias, en cada individuo, beben de distintas fuentes.

Desde mi punto de vista el perdón, focalizado en mi padre, no tiene ningún poder ni efectividad para mí ni para el agresor. En primer lugar porque no lo asocio con liberarme de una pesada carga, cuya existencia, eso sí, es real. Mi liberación se ha producido al entender que la culpa recae en el agresor, con lo cual me considero exento de hacer nada en este sentido. Y a partir de ahí entiendo que es el culpable quien requiere el perdón, de igual modo que para hacerse acreedor del mismo no hay otra posibilidad que obtenerlo mediante los propios actos, y no por una concesión que pueda hacer la persona agraviada. En definitiva, el perdón no se da; se gana.

Las múltiples caras del abuso

Publicado por Joan Montane jueves, 23 de julio de 2009 4 comentarios

Para emitir juicios sobre el abuso sexual infantil convendría ser muy consciente de lo que significan y de las múltiples formas que pueden adoptar. Es el mínimo exigible para todos aquellos que tienen en sus manos decisiones que pueden afectar de por vida a personas que sólo pretenden que se haga justicia, bien sea denunciando unos hechos acaecidos hace tiempo, para lo cual debería modificarse la ley, o bien denunciando unos hechos que están ocurriendo en tiempo presente, para lo cual la ley parece mirar siempre hacia otro lado.

Quizá podríamos disculpar a la población en general por su desconicimiento del tema, pero cuando se trata de supuestos expertos en la materia, la exigencia debería ser máxima. Es absolutamente demencial que se estén emitiendo todo tipo de juicios a lo largo de un proceso pervertido y contaminado por el desconocimiento, cuando no por la mala fe.

Las cifras no nos dejan lugar para la duda. Por poco que hagamos números llegaremos a la conclusión de que hay muchos miles de abusadores. Sin embargo, y teniendo en cuenta de que estamos hablando de un delito, comprobaremos que las condenas brillan por su ausencia y que en las cárceles encontraremos de todo, excepto padres, tíos, abuelos, hermanos, etc. que hayan abusado de un menor. Las cuentas no salen.

Hay muchos aspectos de manual que no se aplican y otros cuya aplicación es justo la contraria de la que debería ser. A las altas instancias no les interesa nada meterse en según que casos. No se busca hallar indicios que conduzcan a demostrar que haya habido abusos, sino a desmontar cualquier prueba encaminada a demostrarlos. Cualquier madre que haya denunciado un abuso por parte de su pareja a su hijo sabrá muy bien de lo que hablo.

Es hasta cierto punto lógico que a la mayoría, cuando pensamos en el abuso sexual infantil, nos venga a la mente la imagen de un menor que ha tenido o que tiene que soportar un verdadero infierno. No pretendo decir que esta imagen no se corresponda con la realidad, pero si importa señalar que existen otras muchas realidades que a su vez tienen otros muchos matices. De ahí que considere tan importante conocer muy bien el tema que estamos tratando.

Ese pretendido infierno no siempre es vivido por el menor como tal, lo que no significa que en el futuro no pueda llegar a desarrollar igualmente graves secuelas. El grueso de los abusos es perpetrado por un familiar, siendo la figura paterna la que ocupa el primer puesto de esta nefasta lista. El niño depende de su entorno familiar y siente un amor natural hacia su familia, con o sin abusos. Por desgracia continúan prevaleciendo ideas tales como que el menor no quiere a su abusador. Puede darse el caso, según sean los abusos, pero no es lo más frecuente. Sobre esta base se siguen estableciendo juicios totalmente erróneos y perjudiciales para el menor. Y no sólo para él, sino para quien pretende liberarlo de esta situación que, tras pasar pasar por otro tipo de infierno, llega al final del camino con todas las puertas cerradas y con un menor que seguirá siendo abusado.

El menor no sólo puede querer a su abusador, sino que puede erigirse como su defensor e incluso justificar sus actos. "Es que no se da cuenta cuando hace eso" decía una niña de cinco años. Si no podemos contar con el menor y las instituciones actúan con una negligencia indignante, poco podemos hacer. Salvo contar la verdad y sacar toda la mierda escondida bajo la alfombra.

Todos los niños buscan el amor de sus padres, y esa es el arma que utiliza el abusador para llevar a cabo sus abyectos fines. Para el niño es casi imposible distinguir donde termina el juego y donde se inicia un abuso. Tan siquiera es consciente de la existencia de tal concepto. A lo más que se acerca es a ser consciente de tener un secreto que no puede contar a nadie; un secreto que en el futuro le reportará secuelas de diversa gravedad.

Uno se pregunta como es posible que en el año 2009 todavía estemos así en una materia tan sensible como el abuso sexual infantil. Pero esa es la realidad.

El problema del abuso sexual

Publicado por Joan Montane martes, 21 de julio de 2009 10 comentarios

Enfrentarnos a día de hoy a los abusos sexuales infantiles supone enfrentarse a un muro de dificultades y obstáculos que se inician con el propio afectado. Así es; la mayoría de las personas que fueron víctimas de ASI acostumbran a guardar este terrible secreto. Conociendo la realidad de esta lacra poco se puede reprochar a quienes así actúan. Pero que no sea reprochable no significa que sea la actitud más acertada. Al contrario. También cabe señalar que la solución del problema no aparecerá en el momento que desvelemos el secreto. Sin embargo es el único camino.

Una vez dado este paso se nos presenta otro muro que con frecuencia nos sitúa en una posición revictimizante o, en el mejor de los casos, envuelta de una ambigüedad que de bien poco nos sirve. Este muro que constituye la familia suele ser más o menos doloroso y repleto de incompresensión según se hayan producido los abusos en la propia familia o fuera del entorno familiar. Sabemos que la mayoría de los abusos se perpetran por algún familiar, por lo que este suele convertirse en un escollo que pocos logran superar.

Si seguimos adelante nos encontraremos con que la respuesta de la sociedad, debido al desconocimiento y a la incomodidad que produce hablar de estos temas, no es la adecuada y está poco receptiva como para provocar un estado de opinión bien fundamentado y que pueda ejercer la suficiente fuerza para derribar ningún muro.

Formando parte del espectro social está el estamento religioso, sobre todo el católico, cuya función en este asunto, lejos de abanderar algún tipo de movimiento tendente a denunciar, condenar y erradicar este grave problema, como mínimo en su propio seno, lo que ha hecho ha sido silenciarlo y encubrirlo. Considero que es algo particularmente doloroso para quienes habían depositado su fe en la iglesia y sus representantes. Y si han tomado partido en los últimos tiempos sólo ha sido debido a la presión de los hechos consumados que ya estaban al alcance de todos. Absolutamente deplorable, empezando por quien hoy está a la cabeza de esta institución: Joseph Ratzinger.

A otro nivel, quizá el más descorazonador y desesperante, nos enfrentamos, y nunca mejor dicho, con los organismos encargados de evaluar y dictaminar los casos de ASI. Sería lógico pensar que ahí podríamos encontrar a nuestros mejores aliados, a los grupos de expertos capacitados y sensibilizados que sabrán averiguar lo que ha sucedido con el menor. Pues no. Nada de eso. Por demencial que parezca lo que diré a continuación, estos personajes de los que no diré nombres (todo llegará) no buscan ni analizan pruebas para detectar un abuso, sino que hacen todo lo posible para ¿demostrar? que el abuso no se ha producido. Sólo cuando las evidencias son tan flagrantes que ya no hay por donde cogerlo, sólo entonces se concede que pueda haber existido un posible abuso.

En última instancia, los pocos que llegan, tienen que enfrentarse con el estamento jurídico, en el cual tampoco van a encontrar ninguna facilidad. En más de una ocasión nos hemos escandalizado por sentencias que no parecen tener el menor sentido. Cierto es que los perjuicios y el propio desconocimiento del asunto de quien ha de emitir juicio no juegan a favor del denunciante, pero si consideramos todo lo anterior vemos que todo el asunto ya está pervertido y manipulado desde el primer momento, por lo que es difícil que la resolución del caso sea favorable a los intereses del menor abusado.

En definitiva, cuando nos preguntamos que está mal en el caso que nos ocupa, la respuesta es muy simple: todo.

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